DEL ALMACÉN A LA POESÍA
Texto y Fotos: Gaspar Segafredo
Un almacenero atendía en su mostrador como todos los días semanales, frente a él desfilaba la común manada de gente urbana. Se asomó una niña, lo miró con una sonrisa, llevó la palma entera de su mano a la boca y con un movimiento del brazo le tiró un beso, esa mañana. Muchos años después una mujer en el subte lee algunos versos que acaba de comprarle a un señor mayor: “Me han tirado un beso esta mañana, y mira como influyen, estas cosas, que mi aburrido día de semana, de golpe… se pobló de mariposas”. Firma: “Don Ramón”. El recorrido para llegar a sus lectores es como un ritual diario. Sale de su casa, luego de unas cuadras baja las escaleras hacia el mundo subterráneo. Llega al andén de Plaza Italia, y cuando ve el vagón justo, ni tan lleno ni tan vacío, entra. “Es la poesía que escribo yo, Don Ramón de Almagro, mi señora dice que es la mejor poesía del mundo porque la que está en la tapa se la dediqué a ella”, se escucha con voz clara, de relator de fútbol y un tono bien de barrio. El hombre de boina, grandes anteojos cuadrados y bigote tanguero, reparte los versos entre la gente, para hacer del viaje cotidiano “Un viaje poético”. Con esa perspicacia eligió el nombre que encabeza el folletín o “cuadernito”, como dice él, distribuido con sus poesías. Ese que ya vendió a 60 mil personas en el subte. Y que tanta curiosidad despierta no sólo entre pasajeros subterráneos porteños, sino también lectores internacionales que se manifiestan masivamente en la Web, especialmente en la página de Don Ramón www.ramondealmagro.tk, creada por Lala, una ávida lectora. “Un día me llama una admiradora, Lala, y me dice ‘Don Ramón le hice una página, si le gusta bien y si no se la borro’, la ví y estaba feliz”, cuenta. Lo extraño, y a la vez cálido, de esta historia, es que al hombre lo llaman constantemente de colegios para que hable de sus poesías, ha sido elegido por publicaciones literarias argentinas, bolivianas, brasileñas, uruguayas, y… ¡empezó a escribir a los 64 años! Y hagan el intento: escriban Don Ramón en algún buscador de Internet y aparecerán decenas de páginas con sus poesías. Increíble. Los mismos lectores lo difunden por doquier. Hasta 1996 fue almacenero, antes de eso trabajó en una fábrica, de adolescente lo hizo para una carnicería y de niño repartía hielos. Nació en 1934, y vivió para el trabajo, ni siquiera había podido empezar la secundaria. Hasta que en 1996 tuvo que cerrar el almacén por quiebra. Con 62 años no tenía jubilación, ningún ahorro, nadie que le diera empleo y lleno de deudas. La solución: terminar la escuela y hacerse poeta. Como no hay mal que por bien no venga, “gracias” a la desgracia económica y a una hija insistente “empecé a buscar un colegio noturno, porque trabajo no conseguía”. Y fue ahí, en las aulas, con compañeros a los que triplicaba en años pero con igual curiosidad y perspectiva juvenil, que descubrió a José Martí, Bécquer, Benedetti, y a otro poeta que tenía muy pero muy cerca: Don Ramón de Almagro. Se dio cuenta “cuando la profesora nos empezó a pedir poesías; y cuando leía las mías, siempre había aplausos, después los profesores empezaron a llevarlas a otros colegios, y como vi que generaba interés pensé que podía ser una posibilidad de tener una mercadería para vender”. Cuando Don Ramón tuvo siete poesías “me animé: hice el cuadernito en la computadora de mi hija y como ya había visto un chico vendiendo poemas en el subte, se me ocurrió que también yo podía hacerlo. Fue una alegría comprobar que sí”. Se le nota una sonrisa que nace en los ojos, y llega hasta debajo de los bigotes al terminar la frase. “La necesidad económica fue fundamental, pero después sentirme poeta me pareció maravilloso”, dice sentado en el banco del anden debajo de Plaza Italia, entre carteles luminosos y trenes que van y vienen. Reflexiona un momento, y sigue: “Hay dos cosas que siempre me parecen un milagro. Cuando la gente me da una moneda por el cuadernito y cuando me llegan mensajes de todos lados diciéndome que es una alegría para ellos haber conocido mi obra, porque el hecho de que alguien lea mis poemas es divino… hay millones de poemas que andan dispersos por el mundo”. También tuvo sus quince minutos de fama televisiva y mediática: hace unos años el noticiero del trece le hizo una entrevista, la producción de Georgina Barbarossa lo llamó; salió un artículo en el diario La Nación y otros medios gráficos; Alejandro Dolina recitó alguno de sus versos en el célebre programa radial “La Venganza será terrible”, así también lo han hecho en Radio Continental. Pero tal vez lo más satisfactorio ha sido que una escritora de literatura infantil de Honduras haya puesto en la primera página de su nuevo libro una poesía de Don Ramón: “Me han tirado un beso esta mañana”. Sin embargo, tampoco se deja obnubilar, aprecia lo que tiene: “Leo siempre otras poesías, como las que se publican en Ñ los sábados y están muy lejos de lo que hago yo; lo mío es la poesía simple. Y no puede ser de otra forma, porque yo soy una persona muy simple, un almacenero”, dice elevando los hombros con una risa simpática. Lo acompaña el ruido de un tren. Se levanta, elige un vagón, y entra. “Es la poesía que escribo yo, Don Ramón de Almagro…Juan Ramón Valdéz tiene una casa en Almagro, una mujer, Doña Elsa, que siempre lo espera con vino fresco y... “en el ocaso de mi vida sentirme poeta es lo más maravilloso que me puede haber pasado”.
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