Es comunista, poeta y luchador. Marcos Ana (Salamanca, 1920) fue uno de los presos políticos que más tiempo pasó en las cárceles franquistas: 23 años. En todo ese tiempo su refugio fue la poesía. A través de ella mostró la realidad de las prisiones al conseguir que esos versos salieran de entre rejas de forma clandestina. Él era una voz de los sin voz. Así que cuando salió a los 41 años recorrió toda Europa y América como símbolo de la revolución antifranquista. Unos años convulsos que intenta revivir en sus memorias 'Decidme cómo es un árbol', con las que pretende «zarandear el corazón de la gente».
Para el poeta era el momento oportuno de escribir este libro. «Ahora o nunca», confiesa. A sus 87 años cree que todo el mundo debe conocer la realidad de esa época para que no vuelva a suceder. «Es una obligación mía. No creo que deba ocultar todo el sacrificio vivido. Es una aportación a la Memoria Histórica». Torturado y condenado a muerte, dejó de un lado su sufrimiento por un deber mayor. «Gente importante como Rafael Alberti, Louis Aragon y Pablo Neruda lucharon por mi libertad. Y el día que salí, en el patio, los compañeros me decían que no les olvidara. Esas palabras se me quedaron grabadas. Así que he llevado el testimonio de mis compañeros por todo el mundo».
Esa fue su arma una vez en la calle, pero en las celdas era la poesía. Él nunca negoció con una editorial. Sus versos salían de forma secreta. «Teníamos muchos procedimientos: sobornar a unos guardias, otros tenían ideas proclives a las nuestras, a través de tubos de pasta, cajas de doble fondo...». En ocasiones, algunos compañeros que salían en libertad memorizaban los poemas para luego transcribirlos. «Pero a más de uno se le olvidó un verso y lo ponía de su cosecha». Daba igual porque el objetivo era «reflejar nuestro calvario».
Identidad oculta
Todos esos poemas quedaron desperdigados por medio mundo y ahora Marcos Ana está tratando de recopilarlos todos. «Estamos preparando una antología de todo mi trabajo. Y me sorprende que haya libros míos que desconocía». Poco a poco sale todo a la luz porque durante años permaneció en la sombra. Su propia identidad está oculta. Su verdadero nombre es Fernando Macarro, pero como entonces era necesario un seudónimo, optó por los nombres de pila de sus padres «en homenaje a ellos».
A pesar de todo lo vivido, en las memorias de Marcos Ana no hay cabida para el rencor. «Cuento cosas atroces, pero lo compenso al no dar el nombre de mis verdugos porque no quiero que sus familias carguen con esa culpa. Es un libro sencillo, basado en una realidad que busca acercarse a la gente».
Para el poeta era el momento oportuno de escribir este libro. «Ahora o nunca», confiesa. A sus 87 años cree que todo el mundo debe conocer la realidad de esa época para que no vuelva a suceder. «Es una obligación mía. No creo que deba ocultar todo el sacrificio vivido. Es una aportación a la Memoria Histórica». Torturado y condenado a muerte, dejó de un lado su sufrimiento por un deber mayor. «Gente importante como Rafael Alberti, Louis Aragon y Pablo Neruda lucharon por mi libertad. Y el día que salí, en el patio, los compañeros me decían que no les olvidara. Esas palabras se me quedaron grabadas. Así que he llevado el testimonio de mis compañeros por todo el mundo».
Esa fue su arma una vez en la calle, pero en las celdas era la poesía. Él nunca negoció con una editorial. Sus versos salían de forma secreta. «Teníamos muchos procedimientos: sobornar a unos guardias, otros tenían ideas proclives a las nuestras, a través de tubos de pasta, cajas de doble fondo...». En ocasiones, algunos compañeros que salían en libertad memorizaban los poemas para luego transcribirlos. «Pero a más de uno se le olvidó un verso y lo ponía de su cosecha». Daba igual porque el objetivo era «reflejar nuestro calvario».
Identidad oculta
Todos esos poemas quedaron desperdigados por medio mundo y ahora Marcos Ana está tratando de recopilarlos todos. «Estamos preparando una antología de todo mi trabajo. Y me sorprende que haya libros míos que desconocía». Poco a poco sale todo a la luz porque durante años permaneció en la sombra. Su propia identidad está oculta. Su verdadero nombre es Fernando Macarro, pero como entonces era necesario un seudónimo, optó por los nombres de pila de sus padres «en homenaje a ellos».
A pesar de todo lo vivido, en las memorias de Marcos Ana no hay cabida para el rencor. «Cuento cosas atroces, pero lo compenso al no dar el nombre de mis verdugos porque no quiero que sus familias carguen con esa culpa. Es un libro sencillo, basado en una realidad que busca acercarse a la gente».
01.12.07 - IRATXE GÓMEZ
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