El Rey Mago de todos los días
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¡Que hombre trabajador! dijo uno,
¡Que bueno era! repitieron varios,
vivió para trabajar comentó otro,
pero hubo alguien
que en voz baja murmuró despectivamente:
no supo vivir, él no hizo más que laborar;
siempre haciendo horas extra,
siempre metido en la fábrica,
nunca vacaciones, nunca un viaje.
El hijo del difunto, que alcanzó a escuchar, pensó,
y sí tienen razón, el viejo no era malo,
pero conmigo, casi nunca estuvo,
nunca una charla, nunca un paseo,
nunca pensaba en mí, él sólo trabajaba.
Cuando pasaron los años,
el muchacho formó un hogar
y ahí cayo en la cuenta
que el viejo nunca había vivido para trabajar,
el viejo había vivido para ellos,
para la familia,
para que nunca les faltara nada;
para los libros, los cuadernos, la ropa;
para esas bolsas llenas de comida
que traía la vieja del mercado.
El viejo había cambiado lo mejor de su vida
por las tantas cosas que siempre hacen falta
y cada cosa hasta la más pequeña
le había costado al viejo horas de vida;
entonces el muchacho, ahora un hombre,
pudo sentir que el viejo nunca
le había olvidado, que había dejado para él
en cada ladrillo, en cada puerta,
en cada ventana de la vieja casa
un gran abrazo, un abrazo grandote.
Sin saber por qué, se recordó niño
en una noche que quiso esperar
a los reyes magos despierto
y se preguntó, por qué nunca había intentado
esperar despierto a ese rey mago de todas las noches
que fue su padre
y con sorpresa comprendió que era ese padre
el que en realidad
había estado esperando siempre unas palabras suyas.
Quizá todavía no fuera demasiado tarde, pensó;
entonces levantando la frente hacia el techo
dijo: ¡Gracias papá!
Don Ramón de almagro
Ventanas
Hace 5 horas
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