Andrés Iniesta López

Ahora ha plasmado en un libro, “EI niño de la prisión”, la experiencia traumática que supuso
perder a varios familiares y pasar varios años de su vida en la cárcel por la represión franquista.

a periodistas y a todo aquel interesado en su historia. Por fin, los jóvenes y no tan jóvenes de hoy tendrán la oportunidad de conocerla.
- ¿Qué sintió al ver publicado su libro a sus ochenta y cuatro años?
Sentí la alegría más grande de mi vida porque estaba deseando que viera la luz del día una historia como ésta, que jamás se había contado. Comencé a escribir mis memorias en 1982, después de las elecciones que dieron el triunfo a Felipe González, pero los principales impulsores de que se convirtieran en libro son el periodista francés, Guilles Passer, que llevaba detrás de mí veinte años para convencerme de publicarlas, y mi nieto Fernando.
- En el prólogo dice que no lo escribió para usted, sino para su familia y los jóvenes. ¿Por qué?
Mi intención era que las generaciones posteriores supieran lo que pasó, lo que pasamos muchos,
después de la guerra en España; en particular, lo que sufrí yo, que con diecisiete años, nada más acabar ésta, fui detenido junto a mi padre y pasé diecinueve represaliado, primero en la prisión Monasterio de Uclés (Cuenca) y en la de Ocaña (Toledo), después en Cuelgamuros (Madrid) y en un batallón de trabajadores en África y, finalmente, a disposición de la autoridad, con obligación de presentarme todos los meses en comisaría, hasta que me dieron la libertad definitiva en 1958.
Yo, que no tuve juventud, quiero que los jóvenes conozcan mi historia, que, por lo que veo no sólo interesa a "cuatro", como yo pensaba.
Mi libro ha tenido un gran impacto; en apenas quince días desde que se presentó, me han llamado de muchos sitios: Tenerife, A Coruña, Santiago de Compostela e, incluso, Colombia.
- Por lo que se deduce del mismo, tiene usted una memoria prodigiosa.
Se acuerda de los nombres, apellidos y de los pueblos de muchos de sus compañeros de prisión.
Me acuerdo de todo. Conservo en la memoria todos los datos que he recogido en mi libro desde que los recabé de dos guardias de la prisión que me decían los nombres de los que eran fusilados cada día.
Gracias a éstos, que estaban a nuestro favor y nos pasaban la prensa diaria, nos enterábamos
también del desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando se cerró la prisión de Uclés, estos guardias fueron trasladados a la del Puerto de Santa Maria (Cádiz) y después expulsados del cuerpo de prisiones por su posición favorable a los presos. Ellos me pasaban la lista de los que habían sido ejecutados, que fui memorizando hasta aprendérmela totalmente.
– Supongo que además es difícil olvidar una experiencia como la suya.
Aunque ahora, a mi edad, no me acuerde de lo que cené anoche, no se me olvidará nunca lo ocurrido hace sesenta años. Mucho menos si se tiene en cuenta que cuando ingresé en prisión tenía la sensación de que sólo saldría camino del cementerio; nos lo recordaban a diario los guardianes y a nuestros familiares se lo decían cuando venían a vernos.
Hay cosas que no se me van de la cabeza, como la ejecución de mi padre en Ocaña. No me dejaron acompañarle las horas previas a su muerte, a pesar de que era normal que el reo pasara esa noche junto a otros familiares presos si los tenía. El capellán de la cárcel, al que reconocí años después en el andén del metro, me confesó que no lo había permitido para evitarme sufrimientos. Yo, por supuesto, le recriminé su ignominia por impedir el último abrazo entre un padre y su hijo.
– Cuenta en el libro que llegó a aconsejar a su padre que se suicidara antes de que lo ejecutaran.
Me daba mucha pena verlo en la cárcel, estaba en muy malas condiciones y yo sabía que le iban a fusilar. Por eso se lo pedí, pero él no me hizo caso; todavía tenía esperanzas de que no le mataran porque "no había hecho nada”. Le dije que les bastaba que hubiera sido alcalde republicano de Uclés y, desgraciadamente, no me equivoqué.
Sin embargo, no se conformaron sólo con eso y en su última noche le pegaron una paliza de muerte. Los que se la dieron, un funcionario de prisiones y un paisano nuestro, se encargaron de que se supiera en el pueblo con todo detalle. Incluso, se comieron dos corderos para celebrarlo.

"Yo, que no tuve juventud, quiero que
los jóvenes conozcan mi historia"
– Perder a los padres así, siendo tan joven, debe ser terrible, ¿no?
Ese recuerdo no se me va nunca de la cabeza. A mi madre, que murió el día que empezaba la Segunda Guerra Mundial, el 1 de septiembre de 1939, no pude verla desde que me detuvieron unos legionarios a doscientos metros de mi casa. No me dejaron despedirme de ella y no la volvería a ver. Dijeron que ya iría a visitar a su hijo cuando estuviera en una fosa en el cementerio. Sin embargo, aunque la quería mucho, me acuerdo más de mi padre, de la muerte tan indigna que le dieron y que no merecía. Además, perdí a una hermana que falleció de tuberculosis con dieciocho años debido a las penurias pasadas.
– ¿Tenía más hermanos?
Si, tres más, pero han fallecido ya; incluida una hermana que sólo tenía dos años cuando se acabó la guerra. Yo era el mayor pero les he sobrevivido a todos, al igual que a los paisanos de mi quinta, la del 42.
– Parece que las calamidades que pasó en la cárcel le han hecho a usted más resistente.
En la prisión Monasterio de Uclés había que sobrevivir como fuera. Así me las compuse para superar el hambre que allí se pasaba recurriendo a los desperdicios de la enfermería que diariamente se depositaban en un cajón al que llamaba “alacena”. En él había mondaduras de patatas, de nabos de zanahorias, cortezas de naranja, mezclados con gasas ensangrentadas y purulentas, pero que eran alimento suficiente en esas circunstancias.
Gracias a eso pude contarlo y probablemente, hacerme más duro y resistente.
– La maldad, ¿existe?
La maldad de aquella época no existe ya. Estoy seguro de que aquello no podría repetirse, pues es la vergüenza más grande que se ha producido en la historia.
– ¿Ha perdonado usted?
Sí, todos los que hicieron eso ya están perdonados. A muchos de ellos, Dios se los ha llevado para allá y ya no tiene ningún sentido no hacerlo. Yo sólo quiero que se conozca lo que pasó después de la guerra, nada más. Precisamente, en el libro no he querido dar nombre
alguno de los que me hicieron tanto daño, la mayoría fallecidos, sólo de uno de mi pueblo que actuó como testigo de cargo en el consejo de guerra que me condenó y que se despachó con todo tipo de falsedades sobre mi y el resto de sus paisanos recluidos.
– ¿Piensa que se ha hecho justicia?
No, ninguna. El hecho de que mi padre permanezca aún en la fosa cuarta de Ocaña lo demuestra. También, que en algunos lugares se sigan oponiendo a que se recupere la memoria de nuestros muertos. Muchos piensan todavía como el obispo de Cuenca que hace veinte años, cuando nos dirigimos a él para que nos diera permiso para poner una placa en recuerdo de los enterrados en la fosa de Uclés, nos dijo que “los perros no necesitan de tanto recuerdo”. Algunos creen que nuestra demanda pretender reabrir viejas heridas, pero no quieren ver que siguen abiertas mientras los muertos no descansen en sus pueblos, al lado de sus familiares.
– ¿Hace mucho tiempo que no va por Uclés?
La última vez fue el año pasado cuando acudí a la exhumación de los restos de los presos ejecutados de la fosa aneja al Monasterio en el lugar llamado “La Tahona”, realizada
por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Cuenca y que continuará en
julio de este año.- Al final, usted pudo rehacer su vida.
Sí, me casé, tuve hijos e, incluso, trabajé en una fábrica donde no miraban tu origen. Por desgracia, mi mujer falleció el año pasado. Eso ha sido lo más duro que he vivido; hubiera preferido volver a pasar otra vez lo que pasé antes que su muerte.
"Lo más duro que he vivido ha sido
la muerte de mi mujer"
– Hablando de la situación de las personas mayores en España, ¿cómo la valora una persona que vive en una residencia?
Para mí está mal: cobro una pensión mensual de 830 euros y pago 1.100 a la residencia por lo que tengo que echar mano de mis ahorros para hacer frente a la diferencia.
A pesar de eso, la calidad de vida que tenemos ahora no tiene nada que ver con la que existía hace años en España.
Texto: José C. Fernández
Fotos: Jesús Navarro
5 comentarios:
Me ha impactado la historia, pero lo que más me ha llegado, ha sido su mirada...Qué fuerte.
Gracias Saiza, un abrazo enorme.
Grácias por conservarnos un pedacito de memoria que ya nunca se va a perder.
Solo decirle a Andres Iniesta, que muchas gracias por este libro, por contarnos la verdad,soy una joven de 29 años que tambien se averguenza de que haya sucedido un hecho así en España o en cualquier país del mundo, quiero agradecer a todos aquellos que murieron para que nosotros tuvieramos una vida mejor y que esperemos que esta barbarie nunca se vuelva a repetir, un saludo para este gran hombre y:
VIVA LA REPUBLICA!!!!!!!
Un saludo Inma
Quiero agradecer a Andres Iniesta y a todos aquellos que murieron para que nosostros tuvieramos una vida mejor, por toda esa valentia que hoy en dia ya no se ve y que nunca vamos a olvidar aunque seamos jovenes, soy una chica de 29 años y me interesa mucho que todos esos muertos que aun no descansan en paz tengan un sitio digno ya que se lo merecen y esperemos que una barbarie asi nunca mas se vuelva a repetir y decir con todo el orgullo:
VIVA LA REPUBLICA!!!!!
Terrible testimonio de algo que nunca debería haber sucedido!
Pero, porque sí pasó, jamás debería ser olvidado.
Saludos.
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