Tengo que compartir con todos este magnifico articulo que mi querido amigo Rafa "Kabila" a hecho de Andrés Iniesta, no tengo palabras... se lo agradezco de corazón, tb subiré en breve otro articulo de nuestro querido MarcosAna que tb hizo y que no se porque motivo aun no lo he subido, espero que lo disfrutéis y os guste tanto como a mi. Un beso y gracias por todo Rafa.
El Retrato del Mes:
Andrés Iniesta López
Una amiga me habló de él: El niño de la prisión. Así le llamaban y así ha titulado el libro de sus memorias. Un nombre apropiado para denunciar una juventud truncada por una posguerra miserable. Tenía diecisiete años y vinieron a por él. Acababa de terminar la guerra. Todo su pecado: ser hijo de un alcalde socialista.
Era marzo de 1939, le llevaron a Tarancón, allí estuvo encerrado nueve meses. En 1940 le trasladaron a su pueblo, Uclés, donde el Monasterio que había servido de hospital, durante la guerra, lo convirtieron en cárcel provisional. Allí vivió y convivió con otros presos políticos. Mientras tanto, a su padre le apresaron y fue condenado a muerte y una hermana y su madre murieron esos primeros años por la miseria y la pena. Todos los días, le recordaban con sorna y displicencia que iba a morir. Y veía salir de sus celdas a muchos compañeros que no volvieron más.
Después le trasladaron a Ocaña, más tarde le enviaron con el batallón de presos que trabajaba en Cuelgamuros. Posteriormente, el servicio militar, se incorporó a un Batallón Disciplinario de Soldados Penados en Marruecos, cerca de Tetuán. Otra prisión más. “Al menos en ésta, no había chinches ni piojos pues era más al aire libre”, nos comenta Andrés. Finalmente volvió a Madrid en 1947 y hasta 1959 tuvo que estar presentándose, diariamente, en la comisaría de policía de Ribera de Curtidores.
Hay cosas que le duelen todavía. “Perdonar sí, pero olvidar nunca” dice Andrés. Y lo que más le duele no es ni la tortura ni las constantes vejaciones a las que se vio sometido. Le duele que su madre murió en Uclés y él estaba en Tarancón, a dieciséis kilómetros y no le dejaron ir al entierro. Le duele todavía que estando en la misma prisión que su padre, en Ocaña, no le dejaran pasar con él la última noche antes de su fusilamiento en diciembre de 1943. Le duelen esos silencios sepulcrales que se producían antes de los fusilamientos, seguidos de los disparos, donde caían amigos, noche tras noche. Le duele cuando viendo la situación de su padre, sin solución –condenado a muerte-- y constantemente torturado, le pidió que se suicidara. Esas, esas son cosas que todavía le duelen. Pero lo que más le duele, mucho más que la cárcel, que su ausencia de juventud, que todas las vejaciones sufridas, que esa posguerra criminal, es la pérdida de su mujer hace tres años. “Eso es lo más duro que he vivido” señala Iniesta.
Muchas anécdotas, una memoria asombrosa. Dice no recordar que cenó ayer pero que se acuerda con pelos y señales de las fechas, datos, nombres de aquella época. Y lo demuestra en su libro, tiene una memoria privilegiada.
Sobrevivió como pudo. Llegó a pesar treina y cinco kilos. Pasó muchas calamidades y mucha hambre. Cuando estuvo en Uclés se alimentaba de las sobras de la basura de la enfermería, donde podía encontrar mondas de patatas, cortezas de naranjas, restos de verduras, todo ello mezclado con deshechos del lugar, como gasas usadas. Lo lavaba y lo comía, dice, no había otro remedio. “Gracias a eso puedo contarlo y probablemente me hizo más duro y resistente”.
Una de sus grandes alegrías es haber podido publicar su libro autobiográfico. Dice haberlo escrito para su familia y para los jóvenes. “Yo, que no tuve juventud, quiero que los jóvenes conozcan mi historia”. Un libro lleno de emoción y sentimiento: El niño de la prisión, que describe en primera persona la tragedia de una dictadura cruel y genocida.
Le he preguntado sobre la ley de la Memoria Histórica y me ha contestado que es poco, que se ha quedado corta. Pero no odia, ha perdonado. En su vida ha tenido que volver a ver a esos que actuaron como sus verdugos y han sido ellos quienes miraron a otro lado. Va con la cabeza alta, sabe que le robaron su juventud pero también sabe que no sirve de nada odiar. Lo que si le gustaría, es que se hiciera justicia y se pudieran recuperar los cuerpos de esas fosas comunes o de los lugares más insospechados, donde gente, por el mero hecho de tener una determinada ideología fue asesinada y enterrada. Eso sí que le gustaría y ha colaborado en ello.
Vivaz, charlatán, con ganas de recordar, feliz de que la gente pueda saber como fue aquello. Ese es Andrés, un hombre sin juventud que ha luchado para que los demás la tengan. Un hombre de una generación con la que siempre estaremos en deuda.
Le llamé y le pregunté varias cosas, al final le di las gracias y me dijo: “Nada de gracias, ésta es mi obligación, faltaría más, no me des las gracias”. Hasta siempre, amigo.
Rafael García Almazán
Grupo Frida
rgarciaalmazan@yahoo.es
Blog: Kabila. www.rafa-almazan.blogspot.com
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