Marcos Ana pasó 23 años consecutivos en las cárceles franquistas, entró con 19 años y salió con 41, como él mismo declara “Llegué tarde a mi juventud”. Sin embargo, lo que nos cuenta es justamente el resultado de una juventud vivida intensamente, reverdecida y decantada por el prisma del tiempo. A sus 87 años su escritura ha conservado la frescura, el vigor, la pasión, de esos días que sembraron en tantos hombres y mujeres los ideales más altos de la solidaridad y resistencia frente al fascismo. Por las páginas de estas memorias pasan las angustias del final de la guerra civil, las historias individuales, no sólo la del poeta sino la de muchos compañeros que dejaron su vida en esas frías madrugadas frente al pelotón de fusilamiento. Marcos Ana, torturado, condenado dos veces a la pena de muerte, sabe lo que es esperar cada noche no oír nombrar su nombre, sabe de los abrazos de los que se iban y no volverían más, sabe del irrecuperable dolor de sus familias, y nos deja el testimonio de esos instantes, del valor, del temblor de la carne y de la fe que los sostenían.
Su relato nos transporta a la vida cotidiana de las prisiones que conoció, Porlier, Ocaña, Alcalá de Henares, Burgos. A través de distintas anécdotas, nos habla de los patios de las cárceles, de las notas de capilla, último rastro de los que se enfrentaron a la muerte, del temor absoluto a perder la razón, de las esperadas visitas, de los mercadillos de huesos de aceitunas de los prisioneros andaluces, de los pintores y poetas, de las monjas de la enfermería, de las cartas de amor, del sadismo de ciertos guardianes, de las humillaciones, pero también de todas las formas de resistencia, del humor, de las canciones y coplillas que inventaban, de la esperanza, de los amores epistolares, de los libros que entraban clandestinamente, como el Canto general de Neruda, los poemas de Alberti, las cartas de María Teresa León, camuflados entre las paginas de misales o las obras de Menéndez Pidal.
En esta oscuridad luminosa empezó sus primeros poemas Marcos Ana en una celda de castigo de la prisión de Burgos. “Los amigos me pasaron lecturas, introduciendo en mi petate unas hojas sueltas con poemas de Alberti, Neruda, Machado… Los leía y releía mil veces. Me los aprendí de memoria y me los recitaba en voz alta, llenando de ritmo y de imágenes la soledad y el silencio de mi celda. Y, en aquel clima, comencé a escribir, o a construir memorizando, sin apenas conocer la carpintería del poema, dejándome llevar por una cadencia musical que subía de mí mismo.” Estos textos fueron saliendo clandestinamente al exterior, escritos en papeles de fumar o memorizados por presos que salían en libertad, y se constituyeron en símbolos latentes de esa España secuestrada.
Poemas como “Mi corazón es patio”, “Te llamo desde un muro”, “La vida”, “Prisión central”, “España”, “Autobiografía”, recorrieron el mundo llevando la voz de los presos políticos. Versos como “Mi vida / os la puedo contar en dos palabras: / Un patio. / Y un trocito de cielo / por donde a veces pasan / una nube perdida / y algún pájaro huyendo de sus alas.”, estremecieron y sensibilizaron a la comunidad internacional sobre la situación de los presos políticos españoles y se convirtieron en arengas y canciones que exigían la amnistía.
Para que el tiempo no las borre, de Esther Palomera
Hace 12 horas
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