Carta a mi padre, preso injustamente por los sangrientos dictadores uruguayos, de 1976 a 1983.
Escrita en el 2002, siete años después de su muerte.
“Ese cinco de enero nos pediste le compráramos a mamá el disco de Paco Ibáñez que tiene “Palabras para Julia”. Cumplimos el encargo. En la siguiente visita a través de teléfono y vidrio, confirmabas y nos pedías detalles del cumpleaños.
A pesar de la pelada, del veintidós once en el frente y la espalda del uniforme gris , y de tantas otras cosas, llegabas con tu risa, tus gestos, tu orgullo irreducible de no fumador. La semana anterior a la visita en el penal, llenábamos el bolso de “plastillera” con lo permitido, mamá te ponía chocolate picado, creo que hasta en el jabón en polvo.
Su calor se incorporaba a las calorías. Siempre me impresionó su adicción a mandarte chocolate y nueces. Desde la época de las primeras visitas en el cuartel de la Paloma de tu querido barrio del Cerro, cuando arriesgaba mucho por una tableta. Pero era una cuestión de principios. Eso y conseguir las famosas pastillas de proteínas de pescado en la Facultad de Veterinaria.
Tus nietos siguen creciendo.
Ahora Elisa tiene veinte años. A través de ese vidrio con teléfono, que no separaba en las visitas, me diste a elegir entre ese nombre y otro. Estábamos seguros que venía la nena después de los dos varones. Lleva esa alegría que siempre le pintó la cara, y que ella pinta en lo que encuentra.
Inés también juega Pero tiene más miedo. Y nunca jugó en el patio de visitas del Penal.
Los ojos de los compañeros de cuarto año B son iguales a los de los hermanos grandes, pero tiene nueve años y no quiere mirar el informativo.
Joaquín heredó tu gusto por la natación. No nada en el río, ni en el club de Remeros de tu Paysandú natal, pero no hay mar que se le resista. Sus lágrimas deben estar ahí, porque en tierra las evita.
El día que Federico se casó te extrañé. Cuando se mudó, se llevó el escritorio, los libros, y una caja enorme con cosas y recortes que hablan de vos.
Veintiséis veranos antes, me casé con su padre y también te extrañé. Era chica y porfiada y por suerte me diste el permiso que necesitaba en el Registro Civil, cuando fuimos a anotarnos. Te llevaron de casa el día antes del casamiento en el que tu presencia, fue sentida por todos y fue incalculable la inmensidad de tu ausencia.
Mamá ya no busca pretextos para que la vuelvas a encontrar. Dice que no los necesita.
Ahora cuenta historias, y te sigue nombrando.
Marina Weinberger
Escrita en el 2002, siete años después de su muerte.
“Ese cinco de enero nos pediste le compráramos a mamá el disco de Paco Ibáñez que tiene “Palabras para Julia”. Cumplimos el encargo. En la siguiente visita a través de teléfono y vidrio, confirmabas y nos pedías detalles del cumpleaños.
A pesar de la pelada, del veintidós once en el frente y la espalda del uniforme gris , y de tantas otras cosas, llegabas con tu risa, tus gestos, tu orgullo irreducible de no fumador. La semana anterior a la visita en el penal, llenábamos el bolso de “plastillera” con lo permitido, mamá te ponía chocolate picado, creo que hasta en el jabón en polvo.
Su calor se incorporaba a las calorías. Siempre me impresionó su adicción a mandarte chocolate y nueces. Desde la época de las primeras visitas en el cuartel de la Paloma de tu querido barrio del Cerro, cuando arriesgaba mucho por una tableta. Pero era una cuestión de principios. Eso y conseguir las famosas pastillas de proteínas de pescado en la Facultad de Veterinaria.
Tus nietos siguen creciendo.
Ahora Elisa tiene veinte años. A través de ese vidrio con teléfono, que no separaba en las visitas, me diste a elegir entre ese nombre y otro. Estábamos seguros que venía la nena después de los dos varones. Lleva esa alegría que siempre le pintó la cara, y que ella pinta en lo que encuentra.
Inés también juega Pero tiene más miedo. Y nunca jugó en el patio de visitas del Penal.
Los ojos de los compañeros de cuarto año B son iguales a los de los hermanos grandes, pero tiene nueve años y no quiere mirar el informativo.
Joaquín heredó tu gusto por la natación. No nada en el río, ni en el club de Remeros de tu Paysandú natal, pero no hay mar que se le resista. Sus lágrimas deben estar ahí, porque en tierra las evita.
El día que Federico se casó te extrañé. Cuando se mudó, se llevó el escritorio, los libros, y una caja enorme con cosas y recortes que hablan de vos.
Veintiséis veranos antes, me casé con su padre y también te extrañé. Era chica y porfiada y por suerte me diste el permiso que necesitaba en el Registro Civil, cuando fuimos a anotarnos. Te llevaron de casa el día antes del casamiento en el que tu presencia, fue sentida por todos y fue incalculable la inmensidad de tu ausencia.
Mamá ya no busca pretextos para que la vuelvas a encontrar. Dice que no los necesita.
Ahora cuenta historias, y te sigue nombrando.
Marina Weinberger
2 comentarios:
Emotiva, entrañable. La crueldad de los dictadores no tiene ni ha tenido límite.
Feliz año 2010. Besos.
Salud y República
Entrañable entrada.
Salud, República y Socialismo
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